jueves, 4 de junio de 2009

Don Juan Antonio Ruiz Ferrón



Estas páginas fueron escritas para ser leídas delante de su tumba en el cementerio de Guadix dentro del programa Paseo por los Sentidos. El acto fue suspendido por la lluvia. Hoy aprovecho este espacio para darlo a conocer a los accitanos y esbozar a su vez una pequeñas notas para la biografía de un accitano que amó y sintió a Guadix en lo más profundo de su ser.

PASEO POR LOS SENTIDOS
Cementerio de Guadix.
Noche del 31 de octubre de 2008
Recopilación y comentarios de
Torcuato Hernández García

“A juzgar por la frialdad que con gran sentimiento venimos observando en quienes poseen cualidades intelectuales para evitarlo, nuestro justo deseo de que NIEVE Y CIENO pase a ser portavoz de los destinos públicos de nuestra amada ciudad, nos moriremos y no lo veremos logrado.
Y verdaderamente lo sentimos, porque con esta postura de social indiferencia, despreciamos, sin sentirlo ni quererlo, aunque del todo no se malogren, todos aquellos valores científicos y literarios que atesora y son patrimonio glorioso del honorable nombre de la ciudad de Guadix.
La voz que en este noble sentido os habla es por desgracia torpe y débil, porque no sabe deciros todo lo que siente y debe usando ese académico lenguaje con que es obligado se os hable, pero sí conoce de los deberes religiosos y sociales que pesan sobre nuestros hombros – sobre los vuestros y los míos-. Y vosotros conmigo y yo con vosotros, tenemos la ineludible consigna moral y material de sostener y engrandecer a costa de todo sacrificio, el patrimonio histórico de nuestra pasada, presente y futura vida ciudadana.
Es más: si reflexionáis un poco no es exclusivamente la memoria del Magistral Domínguez la que con la publicación de este opúsculo queremos seguir enalteciendo un pasado brillante de nuestra oratoria sagrada: En el yunque de esta honorable labor, en la que todo, absolutamente todo es pura nieve, se viene también forjando el valioso metal con que se ensortija el índice que señala el mejor destino de los pueblos.
Y ya no os digo más porque no tengo corazón para amonestar ni fuerzas físicas para resistir el dolor de esa indiferencia de nuestra culta juventud que es la única que puede y está obligada a evitarlo.”


Estas palabras que acabo de leer las publicó mes y medio antes de morir en el opúsculo NIEVE Y CIENO de 1975. Obra de titanes que él llevó a cabo y costeó desde 1919 hasta su fallecimiento. Tras unos años sin editarse, volvió a ver la luz, pero ya no es lo que su fundador quería. Creo que necesita un golpe de timón para que vuelva a ser lo que su artífice nos pide en su última voluntad.
Como miembro que fui, junto con mi padre, su albacea testamentario, del mal llamado Consejo de Redacción, entono el “mea culpa” por no haber podido o no haber sabido enderezar el rumbo que actualmente lleva Nieve y Cieno.
¿De quien estoy hablando? Seguro que ya lo habréis adivinado. Nadie mejor que él nos lo puede decir.
Voy a leer unas notas manuscritas suyas que obran en mi poder junto a sus últimos documentos y correspondencia con mi padre:

Nací el día 12 de julio de 1888, a las dos y media de la tarde.
Fui bautizado el día 17 del mismo mes en la iglesia parroquial de San Miguel […].
Mis padres se llamaron Torcuato Ruiz Magán y Liduvina Ferrón Vela.
Tanto mis padres como yo somos naturales de Guadix (Granada).

Oficios:
El de tipógrafo.
Aprendiz de herrero, con el maestro “Sacrilegio”.
Aprendiz de aperador, con el padre de “Tabicón”.
Aprendiz de electricista, en Cia. Cristo de la Fe.

Cargos:
Concejal en la Dictadura de Primo de Rivera.
Asesor y Presidente de la Sociedad Obrera religioso-política cuando ésta sólo aspiraba a justas reivindicaciones para los obreros, dentro de la mayor cordialidad entre autoridades y pueblo.
Pasante de sus escuelas nocturnas.
Presidente del Centro Artístico y Literario.
Jefe de la Policía Municipal durante veintinueve años.
Y el día en que esto escribo, amparados en una residencia de Ancianos (mi esposa y yo) de la calle Gran Capitán de Granada.
28 de abril de 1971.”
Fdo. Juan Antonio Ruiz Ferrón


Falleció en Guadix el día 18 de febrero de 1975.

Yo, aunque lo conocí personalmente, poco puedo decir y lo que dijera no le igualaría a aquellos que lo trataron muy de cerca. Por eso pongo voz a lo que de él dejaron escrito un reducido número de sus muchos amigos:

“Para mí fue un instructor, y un amigo sincero que jamás olvidaré. Tal era nuestra amistad que fui uno de sus albaceas testamentarios.” (Torcuato Hernández Rodríguez)

“Con Juan Ruiz se nos fue un amigo inolvidable, un auténtico accitano; un fervoroso católico; un caballero sin tacha.” (Francisco Jiménez García)
Juan fue feliz y desdichado, al compás de su ciudad, que sufría y mermaba o se expansionaba en la diáspora de Cataluña y del extranjero, liquidando el pintoresquismo de las cuevas y desprendiéndose de su prole audaz, como Juan Ruiz tuvo la desgracia de la desaparición patética de sus hijos, compensada con el culto a Don José Domínguez, patentizado en la edición anual de “Nieve y Cieno”, cuyo coste le pertenecía por su libre albedrío humilde y generoso. Viudo y huésped del Asilo de Ancianos y de sus monjitas hospitalarias, a las que había protegido y defendió durante las escaseces y peligros del trienio sangriento, parecía un místico señor, un asceta de la amistad, un corresponsal del Más Allá, al lado de Torcuato y de Calabazas, tan serviciales y de los pálidos tizones del braserillo eléctrico, mirando a la nada y al oculto horizonte de los cerros nativos y disponiendo sus cristianas voluntades.”Juan Aparicio:

José Asenjo dice de él:
Lo recuerdo con su capa azul, su cuello de terciopelo negro, su gorra y su vara, algo encorvado, quien, respetuoso, y al mismo tiempo severo, marchaba, eficiente ayudante de campo,en pos de nuestros ilustres pasados alcaldes. No creo existiera, entonces en nuestra bella capital, un Jefe de municipales con el empaque y la elegancia de D. Juan Ruiz Ferrón cuando se vestía de gala. Tanto que, sospecho, a más de uno de nuestros ediles le abrumaba la excesiva apostura de nuestro caballeroso Jefe de Orden Público. [….]
No es su fidelidad al recuerdo del magistral Domínguez lo más destacable de Juan Ruiz; para mí, lo que verdaderamente resume su vida, fue su entrañable, generoso y desinteresado amor por Guadix, la ciudad que le vio nacer. Guadix era su oxígeno y su sangre. Su luz, la luz de la ciudad; su corazón, el temblor de las campanas al salir el día y cuando la tarde se tiñe de oro por lo alto del Cementerio. Le hacía daño, en el pecho, ese tanto amor por su pueblo. Me lo decía muchas veces en sus cartas, ilusionadas y, al mismo tiempo, tristes. Creo que ese amor es motivo más que sobrado para este merecido homenaje a un hombre sencillo, al que todos quisimos y respetamos precisamente por esa lección diaria de su elegante modestia.

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