sábado, 1 de marzo de 2014

Un hombre honrado



De vez en cuando necesito un empujón para seguir adelante
Guadix, 1 de marzo de 2014

Ayer por la tarde estuve paseando por los alrededores de la Estación. Esta vez deambulando por los alrededores de la antigua azucarera de San Torcuato.
La azucarera por fuera
Aunque hay otras edificaciones me quiero centrar en el edificio principal: una imponte nave actualmente vacía, ocupada solamente por basuras y escombros que el paso de los años ha ido acumulando con aportes de tejas, mezclones, etc.

Por lo que hoy escribo estas lineas no es para reclamar un arreglo o darle una utilidad, si no por los recuerdos que me asaltan cada vez que paso cerca. Aquello fue cárcel o campo de concentración donde tener retenidos, controlados o “cumpliendo condena” a los republicanos sentenciados a penas de privación de libertad al finalizar “la guerra”

Interior de la azucarera
Las condiciones en las que aquellos hombres estuvieron allí hacinados son de imaginar. Esa nave inmensa con techos altísimos es fría en extremo en invierno. Los que pasaron por allí ya están muertos. Cuando pudieron hablar no se atrevieron por temor a represalias o a volver. Muchos años después, a finales de la dictadura, no hablaban de lo que les sucedió. Por eso a la hora de leer la Historia hay que tener en cuenta que siempre la escriben los vencidos.....

En este recinto pasó algún tiempo un hombre de entre cuarenta y cincuenta años, padre de tres hijos que sólo le tenían a él para llevarles el sustento. Su esposa, a menudo, se desplazaba andando desde su pueblo distante unos 15 kilómetros para traerle algo de comida que podía reunir con su trabajo, ropa limpia y su cariño y apoyo, que no es poco. Allá en el pueblo se quedaban los tres hermanos al cuidado de la mayor.

¿Qué delito había cometido ese hombre para estar allí, igual que tantos otros? Sublevación militar y auxilio a la rebelión, cargos gravísimos que algunos pagaron con la vida. En realidad pertenecer a un partido político de izquierdas y haber sido alcalde constitucional de su pueblo.

No voy a entrar en pormenores ya estudiados por historiadores.

Marcas de una escalera
Por unos momentos me puse en la piel de ese hombre cuando, como yo ayer, se asomara al portalón inmenso de la nave o por alguna ventana y divisara allá a lo lejos las cuevas blancas de Paulenca e intuyera que justo por encima de ellas, unos kilómetros más atrás, en el inicio de una cañada se encontraba su pueblo y en él su familia pasando necesidades y penurias. En tanto él estaba allí retenido, en principio durante doce años y un día. Poneos en su lugar.
Este hombre, como tantos otros, fue liberado sin cumplir la condena íntegra, por buena conducta. Se reintegró a su casa y allí se encontró con que las tierras del latifundio que era su pueblo habían sido ya repartidas por “el señorico” y tuvo que emigrar, cerca, pero emigrar con toda su familia en busca de jornales con los que sustentarlos. Una prolongación a su condena de cárcel.

Él me inculcó los valores democráticos que se me ocultaron en la escuela. A escuchar las distintas versiones de un mismo suceso y sacar mi propia opinión. A pensar por mí mismo. Me aconsejó sobre mis estudios y, por encima de todo, me enseño que ser honrado está por encima de muchos otros valores materiales.
Otra vista del interior

Me enseñó como sintonizar Radio París, que puntualmente escuchábamos, en las largas temporadas veraniegas que pasaba con mis abuelos, a las once todas las noches con la radio en voz baja para que no lo oyera alguien que pasara cerca de la casa. Cuando "no había interferencias" también sintonizaba Radio España Independiente, las emisiones en español de la BBC, Deutsche Wele o Radio Moscú. Estaba más informado que nadie en el pueblo de lo que acontecía en España al margen de las noticias sesgadas que daba “el parte”. Mientras esto escribo escucho la Deutsche Wele ahora en internet. Siguiendo aquella costumbre "navego" de vez en cuando por la onda corta de la radio.

Fue un hombre honrado e imparcial al que sus paisanos recurrían para que hiciera de árbitro en sus disputas cotidianas, entre otras funciones le encomendaron "partir el agua de riego" cosa que en muchos sitios ha acarreado conflictos y graves, todos aceptaban su decisión. Se había ganado, en silencio, su respeto.

Nunca renunció a sus ideas. Tuvo que convivir con las personas que le denunciaron, paisanos suyos que fueron recompensados con cargos y prebendas de gobierno en su pueblo. Sus nombres y apellidos aparecen en un papel gris, escrito a máquina con tinta azul: su sentencia en consejo de guerra sumarísimo sin abogado defensor en la que se le reconoce el atenuante de haber ayudado y defendido "a personas de bien". En otras palabras, a personas de otras ideologías políticas concretamente de "derechas".

Nunca me contó estas penalidades. Las he descubierto después repasando sus documentos y algunos libros que poco a poco van saliendo a la luz. Todavía hay mucho miedo a hablar de esos temas.

Murió en 1973 cuando la dictadura daba sus últimos coletazos.

Esta historia es idéntica a la de muchos republicanos llamados por entonces despectivamente “rojos”, pero yo la he querido centralizar en una persona, mi abuelo Fernando.

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