Llevabas años diciéndome “Tati: a ver si vienes a los toros sin uniforme, (te referías al de voluntario de Cruz Roja), que te voy a enseñar mi pueblo y vamos a pasarnos los cuatro unas fiestas estupendas”
Este
año hemos estado los dos sólos, sin las mujeres, a nuestro aire.
Charlamos antes del encierro, me has explicado parte del ritual
de la fiesta. Me has aconsejado dónde podía hacer las mejores
fotos. Me quitaste de un acto que iban a hacer junto al monumento
que hay a la entrada de la plaza. Tú sabes muy bien porqué. Yo no,
por que te negaste a decírmelo.
Me
quedé donde me indicaste y tú te fuiste a tu sitio, al final de la
cuesta para entrar en la plaza. El lugar donde estaba era peligroso
para mí, quedaba destapado, como dicen los taurinos, pero me
enviaste a una señora que me ofreció un lugar más seguro. Por lo
menos había un muro de por medio, aunque me dijeron que en alguna
ocasión un toro entró a comerse las macetas. Esperé
pacientemente a que fueran las once fotografiando a los que pasaban
por allí, unas veces por gusto mío y otras a petición de los
retratados. Un poco antes oí la sirena del “coche del municipal”
y que alguien hablaba por megafonía allí donde tú estabas.
Tuve
tiempo de medir la luz, elegir la distancia focal más adecuada etc.
y tener preparada la cámara para los segundos que tardan en
pasar los toros.
Me
guiaste por las calles estrechas que hay en esa zona. En una de
aquellas casas que tiene una placa de agradecimiento de Canal
Sur a sus moradores, me contaste que vivía la mujer que, al tú
nacer, te recogió en su delantal. Lo que ya no me aclaraste,
quizás tú tampoco lo sepas, como quedó lo del delantal, si tu
madre le compró a ella uno nuevo o no.
Recorrimos
callejuelas pintorescas.
Seguimos
charlando de “nuestras cosas” un buen rato, sentados ambos
en un banco que por allí había.
Me
despedí de ti hasta el día 12 que íbamos a recibir los toros por
el camino de la sierra, pero causas de fuerza mayor me impidieron ir.
Así que este año, si Dios quiere, iré.
Por
cierto, ¡nos quedaba bien ese pañuelo rojo que llevábamos al
cuello al más puro estilo pamplonica! ¿verdad?
Cualquier
día de estos, armado de mi equipo fotográfico, me voy a tu pueblo y
me enseñas otra parte de él.
En
eso quedamos. Hasta entonces.