Este artículo fue escrito a principios de este siglo y publicado en el semanario local Wadi-As del que entonces era colaborador asiduo. Lo he traido aquí para ir insertando algunos de mis trabajos de aquella época. El último párrafo lo cambié en la edición impresa.
En mis ratos de ocio me gusta pasear por Guadix e ir recorriendo los lugares entrañables de mi ciudad.
En este fin de semana he pasado por tres sitios que me han impactado por lo descuidados y la mala imagen que dan y la melancolía que trasmiten. Estos tres lugares son: La avenida Pedro de Mendoza, la puerta de San Torcuato-plaza de los Naranjos y la placeta de Santa Ana.
¿Qué tienen en común? Se preguntarán. Por el título de la colaboración lo habrán adivinado, los árboles muertos.
No queremos reconocer que Guadix tiene un clima mediterráneo-continentalizado que se caracteriza por, entre otras cosas, fuertes heladas y precipitaciones puntuales muy intensas. De las aguas ya escribí hace poco, ahora le toca el turno al frío. Si esas fuertes heladas que se produjeron a últimos de enero y primero de febrero eran de prever, los árboles allí plantados, naranjos y palmeras, estaban condenados a una muerte anunciada que les llegaría más bien pronto que tarde.
Muchas veces cuando queremos adornar nuestras calles no tenemos en cuenta el clima y plantamos lo primero que se le ocurre al edil de turno sin contar con el asesoramiento de nadie ya que los votos dan la mayoría absoluta, pero no nos dan los conocimientos en todas las materias habidas y por haber.
Creo que habrá que sustituir los árboles helados por otros, quizás lo más fácil sea, para evitar que se hielen otra vez, enlosar los huecos dejados y “muerto el perro se acabó la rabia”, como dice el refrán. Pero sean sensatos señores ediles, planten árboles autóctonos que resistan nuestro durísimo clima.
Si no saben cuales son, llamen a un experto o busquen por el Ayuntamiento los libros que alguien prometió a quien devolviera una palmera desaparecida que seguro que hablarían de botánica.
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